No llevábamos más que dos días en Salta y el calor apretaba:
36 grados.
Quizás la temperatura no fuera excesiva, el problema es que Salta está rodeada de
muchos montes pequeños, “cerritos” como los llaman aquí, y
muy cercana a los Andes, lo que supone un pequeño aumento de altitud que alcanza los 1600 metros, y por supuesto rodeados
de bosques, con una lluvia intensa cada dos o tres días.
Calor + humedad + altitud = bochorno y dolor de cabeza.
Ese mismo día me invitaron a “echar un tocata” con la gente
del club Tigre, mi nuevo club. Yo por supuesto acepté, y enseguida pensé para
mis adentros: “llevo aquí dos días, ya estoy hecho al clima, vamos a darle caña
a esta gente jeje”… No podía estar más equivocado.
Llegamos al club,
nada más entrar había un cartel con el escudo y el nombre, y a medida que me
iban enseñando las instalaciones me iba sorprendiendo más, ¡Tres campos de
rugby, 7 campos de rugby para categorías inferiores, dos pistas de tenis, una
pista de hockey, un gimnasio, un bar con asador y sala de fiestas!… y este,
según me habían dicho, era de los clubes más pequeños de la región.
Nos acercamos a un grupo de gente que había en uno de los
campos. La mayoría eran delanteros y veteranos,
(ya que en enero el equipo aun están de vacaciones y la pretemporada no
empieza hasta febrero), nos dividimos en dos equipos y comenzamos a jugar…
¡Cómo la movían!
Cualquiera diría que eran pilieres: cruces, saltos, amagos, pases a
remanguillé… hacían cualquier cosa. Yo
por el contrario me había pegado dos carreras y ya estaba echando los pulmones
por la boca… me pegué dos buenas carreras de las mías sí, pero el clima me
aplastó y para colmo, el perro de uno de
los jugadores salto al campo en plena tocata. Adivinad quien casi lo mata aplastado. Pues efectivamente, fui yo.
El día por lo menos acabó con unas buenas empanadas de carne
y unas cervecitas.
Conclusión de todo esto, ES LA HORA DE PONERSE A ENTRENAR.