Según la real
academia de la lengua, dícese de “ Sacramento
del cristianismo que consiste en verter agua en la cabeza de una persona,
generalmente un niño recién nacido, o en sumergir a la persona en el agua, como
símbolo de purificación, de nacimiento a una nueva vida y de aceptación y
entrada en la Iglesia cristiana.”
Aunque en el mundo del rugby el objetivo es similar, el proceso
es totalmente distinto: Un jugador de rugby no forma parte del equipo hasta que
no ha pasado por su correspondiente bautizo, da igual el tiempo que lleve en él,
si no has sido bautizado, aun no estarás totalmente dentro.
A lo largo de mi carrera rugbística he formado parte de
montones de equipos y como os podréis imaginar he ido pasando bautizo tras
bautizo, penuria tras penuria hasta ser uno más… desde ser empapado en pleno
invierno segoviano con vasos de agua con hielo y tomate frito, seguido de una
importante borrachera con mi amigo el capitán Kirk (RAC Lobos Segovia), pasando
por una buena arrancada de calzoncillos, una cena sin cubiertos, enseñar los
“abdominales” y como no alguna que otra borrachera (GEO), ser el utilero
durante toda la temporada (CRC), estar la noche de fiesta con el equipo
masculino y femenino en el hotel semidesnudo contando historias “amorosas” (Complutense),
hacer el murciélago, pegarse y hacer las famosas “guerras de panzas” en el
autobús (Ingenieros industriales), hasta esnifarte unos chupitos por la nariz
(CAU Metropolitano).
Y como no podía
faltar, aquí en Tigre rugby club también fui bautizado. Ya me venían avisando y
amenazando casi toda la temporada, y un día volviendo de jugar un partido de
Tucumán, uno de los pesos pesados del equipo, un veterano (leyenda) al que apodan “la boya” me dijo:
-Ven
aquí “gallego” que te vamos a quitar esa barba…-
Yo me levante, y en mitad del autobús me cortaron barba y
melena con las tijeras del botiquín, dejándome... bueno, ya veréis. Acto
seguido me sacaron la camiseta (remera para los argentinos) y me hicieron dar
ida y vuelta al pasillo del bus (colectivo) mientras los veteranos me daban
manotazos en la espalda. Para culminar el ritual, mi peluquero, que se había
convertido en mi padrino de bautizo “la boya” me hizo contar una historia
subida de tono, representada con otros novatos. Pasé la prueba y entre risas
gritos y felicitaciones me dieron la bienvenida, ahora era uno más… Ahora era
un TIGRE.
Pd: como podéis comprobar tuve que ir a la peluquería para que me arreglaran el destrozo.